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Respeto al derecho ajeno

Atalaya de César Rodríguez Granados
Por: César Rodríguez Granados | Decía el prócer mexicano don Benito Pablo Juárez García, que “el respeto al derecho ajeno es la paz”, máxima moral y política que debiera presidir las campañas electorales de nuestro país y cada una de nuestras acciones en la vida pública y privada, sin importar condición política, económica o social.
 
Los forjadores y promotores de las campañas publicitarias electorales colombianas, aviesamente, desde casi siempre  han focalizado el interés del electorado lejos de lo esencial: el programa de gobierno de los candidatos y en el 2010 tanto el 14 de marzo como el 30 de mayo pasados y ahora el 20 de junio no son la excepción a dicha manipulación que distorsiona la verdad y la justicia y nos muestra como un país de la peor laya.
 
Es innegable que la corrupción se ha apoderado de parte de los sectores oficiales y privados, en un concubinato despreciable cuya metástasis no es del tamaño que se le atribuye, pero que ha adquirido unos perfiles monstruosos debido a la justicia espectáculo, esa que con los indicios preliminares de una investigación es filtrada por funcionarios indignos de su cargo y de sus responsabilidades, quienes hacen caso omiso a la presunción de inocencia de los sindicados.
 
De esta y muchas otras maneras, Colombia está enredada en una controversia absurda que electoralmente nos llevará a escoger al próximo Presidente de la República para suceder al doctor Álvaro Uribe Vélez.  Y decimos que absurda, porque es más importante hablar de los males de Colombia y achacárselos al opositor que estudiar y analizar juiciosamente el programa de gobierno de cada uno de los candidatos a la Jefatura del Estado, y elegir al que más convenga a la salud de la Patria.
 
Absurdo nos parece que el ilustre profesor Antanas Mockus invite a votar en contra de la corrupción como si su opositor Juan Manuel Santos fuera la encarnación de ella y su programa de gobierno la suma de todos los males para Colombia. No se trata de defender a Santos Calderón como tampoco de recriminar al señor Mockus, se trata, eso sí, que haya respeto al derecho ajeno, a ese derecho de aspirar uno y otro a obtener en las urnas el título de Presidente de Colombia 2010-2014.
 
A veces, por no decir que casi siempre, como en los matrimonios mal avenidos, se nos olvida que nuestras riñas son la comidilla del vecindario y en el caso de Colombia los ojos y oídos de la opinión internacional están abiertos para ver y oír nuestras malquerencias públicas y, desde luego, tiempo después sacar provecho de nuestras debilidades internas.
 
Es a los órganos de control del Estado a los que les corresponde señalar a los culpables y ejercer su autoridad a plenitud para señalar a los corruptos y que los jueces procedan a imponerles el castigo que merezcan en cada caso sus delitos, pero no es función de los candidatos a ocupar posiciones del Estado los que se encarguen de señalar a sus opositores como si fuesen la encarnación de la perversidad.
Un país como el nuestro, víctima de la violencia terrorista del narcotráfico, no puede darse el lujo de incubar nuevos odios y una cultura de atropello al derecho ajeno, al derecho de opinar, al derecho de disentir, al derecho de elegir y ser elegido, al derecho de vivir en un país en paz.
 
“Nuestras controversias parecerán tan raras a las edades futuras, como las del pasado nos han parecido a nosotros”. Jean Jacques Rousseau.

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